"Escalofriante visita a la galería de arte"
Tengo miedo. El
terror se apodera de mí mientras observo el cuadro de Rothko Mark que cuelga en
aquella sombría galería de arte. Sus tonos oscuros e intensos me transmiten una
profunda angustia, como si escondieran algo siniestro entre sus pinceladas desgarradoras.
Me acerco
lentamente al lienzo, cautivado por la imponente presencia que emana. Mis manos
tiemblan mientras las atravieso por el aire, como si pudieran tocar las
emociones que parecen brotar del óleo. Mi corazón late desbocado en mi pecho,
mientras admiro la composición caótica y perfecta a la vez
¿Qué secretos
guarda este enigmático cuadro? ¿Qué ocultan esos colores que se desvanecen unos
en otros como sombras de un pasado oscuro?
Los minutos pasan
y la opresión en mi pecho aumenta. Me siento como si estuviera atrapado dentro
de un sueño lúgubre, incapaz de escapar de aquellos pigmentos que me retienen
en su poderoso abrazo. Una duda inquietante me invade: ¿es el cuadro o soy yo el
que se desvanece?
De repente, un
escalofrío recorre mi espina dorsal. Miro por el rabillo del ojo y veo una
figura etérea acercándose a mí. Su vestido rojo se destaca en medio de la
oscuridad, como una llama que lucha por no extinguirse. Mis pies se niegan a
moverse mientras me hipnotizo con cada paso que ella da.
El terror se
apodera de mí cuando comprendo que no es una aparición, sino una mujer de carne
y hueso. Su mirada triste y ojos vidriosos me envuelven, transportándome a un
lugar donde solo existen las sombras y el sufrimiento. Intento hablar, pero mi
voz queda atrapada en mi garganta seca y mis labios entumecidos.
Ella alarga su
brazo, invitándome a seguirla. Un impulso irracional me posee y me sumo a su
danza maldita, navegando por pasillos oscuros y olvidados. La angustia se
mezcla con la fascinación mientras nuestra unión se vuelve más estrecha.
De pronto, ella
se detiene frente a una puerta antiquísima y hace una señal para que continúe
solo. Mis piernas tiemblan, pero una fuerza desconocida me empuja hacia
adelante. Cruzo aquel umbral y me encuentro en un espacio vacío, oscuro y
ominoso.
Los segundos se
dilatan hasta convertirse en horas y mi respiración agitada llena el vacío.
Percibo un débil susurro y me doy cuenta de que la figura ha desaparecido. Me
encuentro solo, rodeado de un negro abrazo que amenaza con tragarme por
completo.
Mi pánico se
intensifica mientras el cuadro de Rothko Mark, ahora lejano, emerge imponente
en mi mente. Pienso en los colores que se entrelazan en ese lienzo, en la forma
en que el rojo intenta desaparecer en la monstruosidad del negro absoluto.
Y entonces, su
vestido fue lo último que vi, el momento exacto en el que el rojo se disolvía
en el negro.
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